12/7/05

Homenaje a mi abuela (1ªparte)

Mis abuelos,
Mª Ciriaca y León
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Supe de esta historia de forma muy distinta a la "normal". Mi padre, totalmente emocionado y con lágrimas en los ojos, me la estaba narrando mientras visitábamos la tumba de mis abuelos.

Mi abuela -por parte de padre- tuvo cinco hijos (yo me enteré de ello, hace unos meses, y sin que ninguna persona cercana a la familia, me lo contara; es mas, no sabía absolutamente nada). Mi tío, que actualmente vive, es el mayor; a él le sigue mi padre; a éste le siguieron tres niños más, todos murieron a edades relativamente temprana.

Me voy a centrar en el niño mediano, de unos cinco años, rubio, de ojos azules y, por el cariño que mostraba mi padre mientras me lo contaba, no sólo era su "ojito derecho" sino el de toda la familia. A esta edad, el niño tuvo poliomilitis y, en aquélla època, las única manera de sanar, era que le dieran una especie de "radioterapia" -ya os diré el nombre exacto-. Mi abuela tenía que hacer diáriamente más de diez kilómetros -ida y vuelta- pues, Carabanchel, era del extraradio y, para llegar a Madrid, existía una enorme bajada y una empinada cuesta. Además, tenía que ir a un sanatorio regentado por monjas.

Al cabo de un tiempo, las monjas le dijeron a mi abuela que, si quería que el niño recibiera más ayuda, tenía que ir a misa y rezar. Mi abuela, llena de orgullo, les dijo que no, que ya le llevaría a otro sitio donde no le exigieran algo en lo que ella no creía. Dicho y ello, esta vez, en vez de diez kilómetros fueron veinte -de carabanchel a el clínico, en Moncloa-.

No hubo suerte, el niño, al que todos le quería muchísimo y estaban con él que no cabían de gozo, murió. Mi abuela, según mi padre, entró en una gran "depresión" -por aquella época, no creías que era sabido, era muy dura la vida después de la guerra- y, desde entonces, no fue la misma: taciturna se volvió, dura, muy dura con ella misma y con sus hijos, y con mi abuelo -y más aún, cuando sólo le quedaron dos-: se estuvo culpabilizando hasta el día de su muerte de la muerte de su niñito, de su niñito rubito al que tanto adoraban. Gracias a las monjas, la vida, se tornó en muerte, en muerte no sólo de un niño, sino de una familia entera.

(ya sigo en otros momentos, ahora, no puedo, me "ha tocado" los sentimientos de mi abuela)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero impaciente la continuación de tu historia, Yulius. Preciosa y emotiva.
Un beso.

Una hija de puta con clase dijo...

Sí, malas todas no se salva ni una.