18/10/04

pensión peris mencheta

Viajeros que bailan
así despreocupados por el mundo
se detienen a esta hora a descansar.
Estamos en la zona sin nombre.
La zona sin bandera.
La zona del exilio.

Una isla de nómadas perdidos,
un refugio para torpes montañistas
que no buscan coronar ninguna cumbre
sino sólo saludar a las montañas,
un albergue para gente que pasa sin ruido
salvo sólo el que produzcan sus pasos y sus risas,
un puerto para naúfragos y marineros pobres
un hotel pequeñito sin botones ni gerente
una choza comunal, un asilo para el frío
una fonda perfecta donde parar un rato.

¡Sean todos bienvenidos
a la vieja estación de los golfos
y de los vagabundos!
Reclinados en las mesas
descansan de sus tránsitos enormes.
Beben vino y encienden extraños cigarrillos
y toman algún trozo de fruta de la cesta.
Són cómodos y gratos
estos viejos sillones y divanes,
las hamacas, los catres,
las alfombras y colchones
orondos y encendidos
con antiguas cicatrices del amor.
Siempre hay alguien descansando,
siempre hay gente sonriente
con la que echar un rato
de charla, de caricias, de risas, de deseo,
siempre hay alguien que quiere
saber tus andanzas,
a veces cuentecillos divertidos
y otras veces relatos asombrosos que se cuentan
de noche frente al fuego.

Aquí se para el tiempo
y sólo fluye el éxtasis.
Oh, vosotros, peregrinos sin motivo,
romeros hacia el limbo,
saltimbanquis, transeúntes,
caminantes errabundos,
perritos callejeros,
trotamundos ambulantes,
tenaces andarines,
incansables polizones del mundo:

Vosotros que sabéis
de la exacta dimensión de la tierra,
del dolor de los zapatos
y la luz de los caminos,
vosotros,
hijos de nadie
vosotros algún día
heredaréis el reino de la calle.
(M.A. García Argüez)

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