ROMANCE ERÓTICO-TAURINO DE LA DUQUESA Y EL PICADOR
A carlos Prado Martagón, mi otra mitad
(la buena, claro), con todo mi afecto.
Ella era noble y duquesa,
y él, en cambio, picador.
Ella se llamaba Antonia
Felisa Consolación
Perezuela de los Berros
y Fernández del Alcor,
y él no tenía más nombre
que el de pila: Simeón.
Ella, rica y suntuosa,
delante del tocador
-túmulo egipcio pidiendo
"un trono vicino al sol"-
se enfundaba en un vestido
de encaje, con polisón
(esa especie de acerico
colocado en el popó),
y él, desvaído y modesto,
iba de oscuro color.
Ella, con rumbo y trapío
paseaba en un landó,
y él, en cambio, por la calle
iba a golpe de tacón.
Ella invitaba, elegante,
a la gente comme il faut,
y le daba bocadillos
de chorizo y de jamón,
de calzón corto (los fámulos,
que los bocadillos, no),
y él habitaba, paupérrimo,
el cuarto de una pensión.
Ella era noble y duquesa,
y él, en cambio, picador.
Un día del mes de marzo
color clavel reventón,
él picaba, como siempre:
vestido de picador,
que verstirse de otra cosa,
por ejemplo, de Pierrot,
la autoridad competente
lo prohíbe con rigor.
Paella hirviente, la plaza
cocía inquieta su arroz,
con <
de almohadillas, de sudor,
de vértigos de tendido.
¡La plaza, enorme roscón
cortado en dos, para pobres
y pudientes: sombra y sol!
En una contrabarrera
la duquesa apareció.
Él la miraba a la duquesa;
la duquesa al picador.
Él se quitó el castoreño
y a la dama saludó.
Ella, loca de entusiasmo
y estremecida de amor,
se quitó peina y mantilla,
y al redondel las tiró.
Y no contenta con esto,
presa de un extraño ardor,
arrojó al ruedo las ligas,
luego el corpiño arrojó;
más tarde, corsé y enagua;
después la combinación.
El público, enardecido,
en pie se puso y gritó:
<<¡Viva Sagasta!>>, con toda
la voz del pueblo español.
El Presidente aquel día
de su palco se cayó.
Cuatro guardias de orden público
sacaban al picador,
porque mirando, mirando,
distraído, fue y picó,
en vez de al toro berrendo,
a un señor de Badajoz.
Ella era noble y duquesa,
y él, en cambio, picador.
(Jorge Llopis)
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